La memoria del fuego según J. Á. Valente

La memoria del fuego: El libro quemado

“La memoria del fuego” de José Ángel Valente en Variaciones sobre el pájaro y la red precedido de La piedra y el centro, Tusquets, Barcelona, 2000. Página 257.

La memoria del fuego
Forma de las formas, la llama: Rabbí Nahman de Braslaw, gran maestro de la tradición hassídica, decidió quemar uno de sus libros, que acaso adquirió más intensa forma de existencia bajo el nombre de El libro quemado.
No es sólo que el «libro quemado» simbolice o represente toda una tradición donde la autoridad del texto –como justamente muestra Marc-Alain Ouaknin– no debe ni puede generar un discurso impositivo o totalitario. Más aún, en el orden de simbolizaciones de esa misma tradición quemar el libro es restituirlo a una superior naturaleza. Naturaleza ígnea de la palabra: llama. La llama es la forma en que se manifiesta la palabra que visita al justo en la plenitud de la oración, según una imagen frecuente en la tradición de los hassidim. Y, por supuesto, la Torah celeste está escrita en letras de fuego.

La relación del libro y el fuego («el pacto con el libro sólo sería, en definitiva, pacto firmado con el fuego») sustancia la última sección de Le livre du partage, donde tal vez se encuentren algunos de los más bellos fragmentos que Jabès haya escrito. «Pages brulées» es el nombre que llevan esas páginas. Una vez más, con ellas, nos había acercado Jabès a los fondos más íntimos y secretos de la tradición que le es propia. «¿Cómo leer una página ya quemada en un libro que arde –escribe– sino recurriendo a la memoria del fuego?»
Palabra que renace de sus propias cenizas para volver a arder. Incesante memoria, residuo o resto cantable: «Singbarer Rest», en expresión de Paul Celan. Pues, en definitiva, todo libro debe arder, quedar quemado, dejar sólo un residuo de fuego.